Quiero comenzar a traducir otras cosas, pero primero he decidido terminar con este cuento. Me di cuenta, de qué el nombre para el dios griego "Phobos" es español, es "Fobos" (si, ya sé, recién ahora) por lo que de ahora en más escribiré Fobos. El cuento entero, cuando al final lo postee para descargar, también estará corregido. Aclaro esto para que no se confundan: Fobos, es el dios Phobos (perdón, perdón!)
La parte 3, para ustedes:
Parte 3
Ahora, debo contarles que tuve la mala suerte de encontrarme con un montón de monstruos, dioses y semidioses que no me gustaron, pero Fobos los superó a todos. Odio a los matones. Nunca estuve entre los chicos “populares” en el colegio y pasaba la mayor parte de mi tiempo encarando a tipos que venían a asustarme a mí y a mis amigos. Tan sólo la forma en que se rió de mí y la forma en que Clarisse se derrumbó apenas lo miró a los ojos… Quería darle una lección a este tal Fobos.
Ayudé a Clarisse a ponerse de pie. Todavía tenía la cara empapada de sudor.
- Ahora, ¿estás lista para recibir ayuda? –le pregunté.
* * * *
Tomamos el subte, estando alerta, buscando nuevos ataques, pero no sucedió nada. Mientras andábamos, Clarisse me habló sobre Fobos y Deimos.
- Son dioses menores –dijo. – Fobos es temor. Deimos es terror. -
- ¿Cuál es la diferencia?
Frunció el entrecejo.
- Deimos es más grande y feo, supongo. Es bueno enloqueciendo multitudes. Fobos es mas, personal. Él puede meterse dentro de tu mente.
- ¿De ahí deriva la palabra fobia?
- Sí –se quejó.- Está muy orgulloso de ello. Todas esas fobias nombradas después de él. Idiota.
- ¿Y porqué no querían que tú conducieras el carro?
- Es una especie de ritual sólo para los hijos de Ares cuando cumplen quince años. Soy la primera mujer que lo hace en mucho tiempo.
- Bien por vos.
- Dile eso a Fobos y Deimos. Me odian. Debo llevar el carro de vuelta al templo.
- ¿Dónde queda el templo?
- En el muelle 86. El museo Intrepid*.
- Ah –Tenía sentido, ahora que lo pensaba. Nunca había estado dentro del viejo portaaviones, pero sabía que se utilizaba como una especie de museo militar. Probablemente tenía pistolas y bombas, entre otros cuantos juguetes peligrosos. Justo el tipo de lugar en el que a un dios de la guerra le gustaría estar.
- Tenemos quizás cuatro horas antes de la puesta del sol –dije- Eso debería ser suficiente tiempo si podemos encontrar el carro.
- ¿Pero a qué se refería Fobos con “sobre el agua”? ¡Estamos en una isla, por Zeus sagrado! ¡Podría estar en cualquier lugar!
- Dijo algo sobre animales salvajes –recordé- Pequeños animales salvajes.
- ¿Un zoológico?
Asentí. Un zoológico sobre el agua podría ser el que estaba en Brooklyn, o tal vez… Algún lugar más difícil de llegar, con pequeños animalitos salvajes. Algún lugar en el que a nadie se le ocurriría buscar un carro de guerra.
- La isla Staten –dije- Tienen un pequeño zoológico allí.
- Puede ser –dijo Clarisse- Suena como el tipo de lugar en el que Fobos y Deimos esconderían algo. Pero si estamos equivocados…
- No tenemos tiempo para estar equivocados.
Salimos del tren en el Times Square y cogimos el autobús hacia el embarcadero.
Nos subimos a bordo del barco de la isla Staten a las tres y media, junto con algunos turistas que se apiñaron en la cubierta superior, sacando fotos mientras pasábamos por la Estatua de la Libertad.
- Él construyó eso usando a su madre como modelo –dije, mirando en torno a la estatua.
Clarisse frunció el seño.
- ¿Quién?
- Bartholdi –dije-. El tipo que hizo la Estatua de la Libertad. Era un hijo de Atenea y la diseñó para que se viera como ella. Eso es lo que Annabeth me contó, de todos modos.
Clarisse puso los ojos en blanco. Annabeth era mi mejor amiga y sabía mucho en cuanto a arquitectura y monumentos. Creo que lo que decía se me quedaba grabado algunas veces.
- Inservible –dijo Clarisse- Si no te sirve para luchar, entonces es información inservible.
Podría haberle discutido eso, pero justo en ese momento, el barco se tambaleó como si hubiera golpeado una roca. Los turistas chocaron entre sí, como si se fueran a caer. Clarisse y yo corrimos hacia la parte delantera del barco. El agua debajo de nosotros empezó a borbotear. Y entonces, la cabeza de una serpiente de mar emergió de la bahía.
El monstruo era tan grande como el barco. Era de color gris y verde, con una cabeza de cocodrilo y unos dientes muy afilados. Olía a… bueno, a algo que acababa de salir de las tuberías de Nueva York. Montado en su cuello se encontraba un fornido joven vestido con una negra armadura griega. Su cara estaba cubierta de espantosas cicatrices y llevaba una lanza en su mano.
- ¡Deimos! –gritó Clarisse.
- ¡Hola, hermanita! –su sonrisa era casi tan escalofriante como la de la serpiente- ¿Quieres jugar?